domingo, 10 de octubre de 2010

Manché mis botas de barro.


Sigo pensando en aquel momento, en efecto, no se va.


Andando sin rumbo, acabas en el mismo sitio,
sabes que los unicornios ya no existen,
pero sigues creyendo en la gente que te lo dice.


Vacía el alma negra que absorve tinta,
huiendo de todo sin dejar rastro de su pinta,
le da miedo ser descubierta entre rayos de luz que salen desde las esquinas,
piensa en la millonésima parte del porqué causó tal estrago entre sus cenizas.




La fuerza de su sonrisa lo rompe todo, deja librar males,
te hace tener seguridad, es como una manta que cubre el frío,
es como el hermano o hermana que nunca tuviste.


Tras la lluvia frondosa, en la que se esconde ese monzón de sentimientos,
encontrarás la puerta que abrirá hacia los metros que te faltan,
Donde hay miles de llaves, que vuelan sin cesar,
¿Donde están aquellos pájaros que eran de colores?
Volvimos al blanco y negro.





Tiraste un dado y digiste que marcaba el número 7.

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