martes, 15 de marzo de 2011

A veces lo más monstruoso puede ser lo más precioso.

- Hace mucho tiempo, un inventor vivía en esa mansión. Inventaba muchísimas cosas.
Un día, creó a un hombre. Y le dio entrañas, un corazón, un cerebro. Todo. Bueno, casi todo.
Verás, el inventor era ya muy viejo. Murió antes de poder acabar al ser que había creado. Así que el hombre se quedó solo. Inacabado, y completamente solo.
- ¿Y no tenia nombre?
- ¡Claro que tenía nombre! Se llamaba Edward.
- Antes de que él viniera, no nevaba nunca. En cambio después, sí nevó. Si él no siguiera vivo, ahora no estaría nevando... A veces aún bailo bajo la nieve.




Kim: Pero si lo sabías, ¿por qué lo hiciste?
Edward: Porque tú me lo pediste.

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